¡Hola a tod@s!
Ya está aquí el segundo capítulo de Daren. El Emisario de la Muerte, antes que nada quiero informaros que la novela está registrada y que no se puede copiar la totalidad o parte de su contenido.
Como dijimos con los anteriores números, se trata de un texto completamente virgen, es decir, que aún no ha sido editado por ningún profesional y si hay algún error sintáctico pedimos disculpas, pero lo que realmente nos importa es que la historia y los personajes os atraigan.
¡Esperamos vuestros comentarios aquí o en Novedades Disney! ¡Muchas gracias!
CAPÍTULO 2
CONVALECENCIA
Cuando volvió a recuperar la conciencia, el olor a húmeda podredumbre continuaba metido en su nariz, sin embargo, era algo muy distinto lo que mostraban sus ojos. De la oscuridad y las tinieblas, pasó a una claridad deslumbrante. Estaba tumbado sobre una camilla, en una habitación de un color blanco nuclear y una intensa luz procedente de una lámpara encima de su cabeza aumentaba esa percepción.
La primera sensación familiar que le llegó fue una voz, tan dulce y preocupada, que le hizo resoplar de alegría y tranquilidad, al comprobar que estaba con los suyos.
- ¡Dori, se ha despertado! ¡Llama al médico! - Al instante una cara de ángel con unos enormes y expresivos ojos y una larga melena pelirroja recogida en una coleta, apareció en su campo de visión. Pero estaba distinta, el cansancio acumulado de días sin dormir se notaban en las bolsas que se habían formado alrededor de sus ojos.
- Yera... - le costaba trabajo hablar y cuando intentó incorporarse, todo su cuerpo empezó a dolerle como si le clavasen miles de agujas por cada uno de sus poros.
- ¡Shhh! No hables, cariño. - Una lágrima de alegría recorría la mejilla de su novia, pero el brillo intenso de sus ojos indicaba que era de emoción al verle despierto.
- ¿Dónde estoy? ¿Qué ha pasado? - Las palabras salían despacio de la garganta de Daren.
- Estás en el hospital, mi vida. Has tenido un accidente con la moto. Dori y yo llevamos tres días aquí, esperando que reaccionaras, pero ya estás de nuevo con nosotras - Con una mano, Yera acarició la cara de su novio con ternura. El roce de una piel conocida fue todo un alivio para Daren, pero también trajo a su mente recuerdos sombríos.
- ¿Dónde está él? - La mirada de Daren buscaba enloquecida a alguien más en la habitación.
- El médico está a punto de llegar, Dori ha ido a buscarle - Yera le miraba desconcertada.
- No, el médico no, el ser, Sae...
- ¡Ay, mi niño! ¡Ay, qué alegría de que hayas despertado! - Una mujer bastante gruesa corría hacia la cama de Daren y le empezaba a dar besos por toda la cara, para un segundo después llevarse las manos a la cintura, acto que significaba bronca a la vista. - ¡Mira que te lo advertí! ¡Que no me gustaba esa moto, que era demasiado rápida y tú eres un loco al volante! ¡Se lo he dicho a Yera antes: Cómo le pase algo, no le vuelvo a hablar! - Daren no pudo contener la risa ante los reproches de su niñera, pues sabía que eran la preocupación y los nervios de muchos días los que hablaban por ella.
- Nana Dori no me hagas reír, que sigo dolorido.
- Lo importante, Dori, es que se ha despertado - Yera intentaba calmar a la niñera para que Daren estuviese lo más tranquilo posible.
- ¿Me habían llamado? - Un hombre rubio de grueso bigote y mediana edad entró en la habitación con una bata blanca. Al ver a Daren despierto, su boca quedó completamente abierta. - ¡No puede ser! ¡Señoras, pueden salir un momento! - Dijo el médico. - Pueden mirar tras la cristalera.
- Señoritas, que ninguna de las dos estamos casadas. ¡Juum! Vamos, Yera - La niñera cogió el bolso y agarrando del brazo a la pelirroja salieron al pasillo. El doctor le inspeccionó los ojos, el pulso y las constantes vitales que aparecían en una pantalla de plasma que estaba colgada cual cuadro a la pared.
- Intente no moverse durante unos segundos - El médico pulsó un botón de debajo de la cama de Daren y salió al pasillo con Yera y Nana Dori, corriendo desde fuera la cortina de la cristalera, para que todos pudieran verle desde el pasillo. La niñera miraba al doctor de arriba a abajo con cara de pocos amigos. Una luz salió de debajo de la cama de Daren y como si fuera un escáner fue repasando su cuerpo desde la cabeza a los pies. Cuando hubo terminado, el doctor y las chicas volvieron a entrar en la habitación. El médico se acercó a la pantalla de plasma y deslizando un dedo, las constantes de Daren desaparecieron dejando lugar a una radiografía del joven de cuerpo entero. - ¡Es increíble! ¡Milagroso! No muestra ningún daño interno, es como si desde el día que entró al hospital hasta hoy se hubiera curado solo. No me lo explico. Le haremos más pruebas. Ahora tiene que descansar, pero si responde bien a la rehabilitación en unos días podría estar en casa. Ahora, si me disculpan...
- Cariño, eso es estupendo, en nada estarás bien, ¿verdad, Dori? - Yera buscaba el apoyo de la niñera que no dejaba de mirar la cara perpleja con la que el médico abandonaba la habitación.
- Sí, sí, por supuesto. - Dori siempre disimulaba muy mal. Una de sus mayores virtudes o defectos es que era muy expresiva y todo se le notaba en seguida. - Por cierto, Daren, tu padre ha corrido con todos los gastos del hospital. Ha estado llamando los tres días y le voy informando de todo. En cuanto llegue a casa, le telefonearé. Quería venir desde Estados Unidos, pero sabiendo que estás mejor, seguro que se contentará con una videollamada. Y tu madre...
- No ha aparecido por aquí, como siempre - dijo Daren echando la cara a un lado. No quería que vieran la decepción en su rostro.
- Daren, sabes que tu madre desde el divorcio siempre se ha ocupado de ti económicamente - Dijo Nana Dori, intentando que se calmara.
- ¿Por qué se lo mandó un juez? Dinero no es precisamente lo que necesitaba de una madre - La furia en Daren se notaba en las venas de su cuello y la niñera echó un paso atrás sentándose en el butacón para los familiares.
- No seas tan duro, Daren. Además, tienes que relajarte ya has visto lo que ha dicho el doctor - Yera acariciaba el brazo de su novio mientras intentaba tranquilizarle.
- ¡El bello durmiente se ha despertado! - Una joven enfermera muy morena de piel entró en la habitación - Pues se te ha acabado el chollo. - Dijo entre risas - El médico dice que debes dormir, cuando te despiertes te encontrarás mucho mejor y podrán hacerte más pruebas. - En ese instante, sacó una jeringuilla y en el momento que entró en contacto con su carne se partió - ¡Uy, que torpe! Me pasa muchas veces, bueno, habrá que ponerle la mascarilla.
- No, Yera, no quiero dormir, volverá a aparecer, quiero quedarme despierto - gritó Daren mientras la enfermera le colocaba la mascarilla alrededor de la cabeza.
- ¿De quién hablas, Daren? - su novia volvía a mirarle preocupada.
- El ser oscuro vendrá... - el efecto del sedante ya empezaba a hacerle efecto - ... a por mí.
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Fue abriendo lentamente los ojos. ¿Cuántas horas habría dormido? Levantó la cabeza y estaba solo. Aunque una tenue luz entraba por la ventana, la habitación estaba extrañamente en penumbra. Se podía percibir una oscuridad densa que se podía cortar con un cuchillo. Cuando miró hacia la puerta, observó como un misterioso humo morado entraba por debajo. Era siniestro ver como avanzaba hacia su cama. Intentó moverse pero los pies no le respondían. ¿No había dicho el médico que estaba perfectamente? El humo fue tomando forma a su izquierda muy cerca de su cabeza. El miedo se apoderó de él, no quería mirar pero sabía perfectamente quién estaba a su lado. Reconocía su aliento y aunque intentó gritar, el aire espeso y oscuro le ahogaba, no podía respirar. Tampoco podía girar la cabeza, pero frente a él, ondeaba una capa negra que ya había visto antes y su voz de ultratumba en sus oídos, confirmó sus más terribles sospechas.
- ¡Eres mío! ¡Sólo mío! ¡Eres una marioneta sin vida en mis manos!
Su asquerosa lengua volvía a meterse en su oído y un pitido ensordecedor atronó su cabeza.
Y en ese momento, se volvió a despertar. Miró corriendo a ambos lados y no había nadie. Era de noche y un abrigo viejo y el característico bolso de su niñera, reposaban en el butacón. Había sido una pesadilla. ¿Pero, por qué siempre soñaba con aquel extraño ser? Estaba decidido, no volvería a dormirse. Se irguió en la cama y empezó a mirar atentamente la habitación. Una pequeña ventana a su derecha llenaba el cuarto con la blanquecina luz de la luna. A su izquierda y al lado de su cama, el plasma mostraba sus constantes y junto a él y hasta la puerta una cristalera enorme con cortinas por fuera. Aunque oscuro, aquel ambiente era mejor que el de sus sueños. Pero en ese instante, percibió algo que le dejó helado. En el pasillo alguien corría la cortina y le observaba. Pudo ver un ojo tras la cristalera. ¿Seguiría en una pesadilla?
- Hola, ¿hay alguien? - Le reconfortó volver a oír su propia voz, pero la pregunta hizo que quien quiera que estuviese tras la cortina saliese corriendo y Daren pudo oír unos pasos decididos y rápidos alejarse por el pasillo.
- ¡Enfermera, enfermera, por favor! - Daren gritó nervioso.
Por el lado contrario apareció la misma enfermera morena de antes.
- ¿Se encuentra bien? - preguntó bostezando como quien acaba de levantarse de una siesta.
- Ahí había alguien, detrás de la cristalera - La enfermera salió al pasillo y miró en la dirección en la que Daren señalaba.
- No hay nadie, señor. A lo mejor ha sido su cuidadora. Se turna con la chica joven para pasar las noches con usted- dijo la enfermera, acercándose a la cama y tirando de él para que se tumbase.
- No, no era ella era un ser...
- ¡Ah, ya, el ser! Ya nos lo mencionó su novia. El doctor dice que puede ser estrés postraumático. Ha tenido un accidente muy grave y aún no se explican cómo ha salido ileso. Los más optimistas decían que se quedaría en silla de ruedas y mire, está más fresco que una lechuga. - En ese mismo momento, por el mismo lado por el que apareció la enfermera, llegó Nana Dori, con una botella de refresco de 2 litros bajo un brazo y tres bolsas grandes de cortezas, patatas y gusanitos en la otra. La de patatas estaba abierta y con una mano, en una postura imposible, se lo llevaba a la boca.
- ¿Qué pasa aquí? - dijo Nana Dori con la boca aún llena.
- Este joven, que ha tenido una pesadilla - le dijo la enfermera mirándola con una cara de incredulidad. - ¿Usted no le estaba cuidando?
- Sí hija, pero con las emociones del día no me podía dormir y he ido a la máquina esa que tienen fuera a cogerme algún tentempié ligero - dijo la niñera mientras se metía otra patata en la boca.
- Ya, ligero. Bueno, les dejo solos, voy a ver como siguen el resto de pacientes - La enfermera salió de la habitación con un gran bostezo.
- Intenta dormir, pequeño Daren - dijo la nana, mientras dejaba sus viandas en la silla y se acercaba a la cama para acariciarle el pelo al joven, un gesto que desde pequeño le tranquilizaba.
- No puedo, Nana Dori, me siento muy inquieto. ¿Alguna vez te has preguntado que hay después de la muerte?
- Vamos a ver, tu sabes que soy católica - dijo mientras iba a por el butacón para acercarlo a la cama y poder estar cerca de Daren. - Creo que las personas de buen corazón van al cielo con los ángeles, mientras que los malos se pasan la eternidad sufriendo tormentos en el infierno.
- Y, ¿crees que es posible que los malos estén atormentados en el infierno, estando con vida?
- Hijo mío, las tres de la mañana no son horas para pensar estas cosas tan profundas - dijo Nana Dori, abriendo la boca ostentosamente - Algunas personas son infelices toda su vida, por errores o actos repugnantes que han cometido en el pasado, y viven su infierno particular porque les remuerde la conciencia...
¿Podría ser eso? ¿Todo lo que estaba pasando y creía ver era producto de su mala conciencia? Cuando Daren fue a realizarle otra pregunta a su niñera, vio como la cabeza se la caía de los hombros de tal forma, que estaba seguro que cuando despertase tendría dolor de cuello. Un hilillo de baba le caía sobre el hombro derecho, provocando una sonrisa en Daren. Esa era su familia. Nana Dori era todo cuanto tenía en la vida y junto a ella se sentía seguro y reconfortado, igual que cuando era un niño. Se quedó mirando a su cuidadora, mientras el sueño poco a poco se fue apoderando de él.
Los días pasaron y la rehabilitación no hizo falta. Pese al grave accidente sufrido, Daren andaba y movía todos los músculos de su cuerpo como si nunca se hubiera caído de su moto. Los médicos no daban crédito, pero las pruebas mostraban que el joven tenía una salud excelente y en menos de una semana, estaba preparado para irse a casa.
El día que le iban a dar el alta, Daren despertó renovado, aunque un tanto perezoso. Pese a lo incómodas que eran las camas del hospital, quería permanecer un rato más durmiendo. Sus sentidos empezaban a despertarse y casualmente su oído se agudizó, escuchando como dos voces femeninas hablaban entre susurros.
- Pero es que no lo entiendo, soy su novia...
- Tienes que entender que lo pasó muy mal con eso. Ni yo que llevo toda la vida a su lado, puedo sacarle el tema. Se pone muy inquieto. Ya viste como reaccionó cuando le mencioné a su madre…
La conversación estaba tomando un cariz que no le gustaba, por lo que abrió los ojos y se irguió rápidamente, para que notaran que estaba despierto.
- Buenos días, ¿Cómo están las dos mujeres más guapas de esta habitación? - dijo Daren mientras se estiraba.
- ¡Daren, que alegría! Hoy vuelves a casa - La niñera se había colocado sus gafas de cerca y estaba tejiendo lo que parecía una bufanda de lana. Su novia, mientras, se dirigía a otro punto de la habitación sin mirarle. - Te voy a preparar tu comida favorita y tienes toda la casa como los chorros del oro. Te va a parecer que nunca has salido de ella.
- No hacía falta que te tomaras tantas molestias, Nana Dori. Aunque estaba deseando salir de aquí. Me siento prisionero entre estas cuatro paredes. ¿Estás contenta de que salga, verdad Yera? - Su novia giró veloz la cabeza y con un movimiento de melena y los brazos cruzados, le miró con cara de pocos amigos.
- ¿Por qué nunca me has dicho lo de Saíd? - Daren quedó boquiabierto y en seguida miró enfadado a su niñera bocazas.
- ¡Uy, que tarde se ha hecho! - Dijo Nana Dori, haciendo que se miraba el reloj - Creo que me he dejado la lumbre encendida. Te espero en casa, Daren. - Tiró las agujas y la lana dentro de su ostentoso bolso y abandonó la habitación a la mayor celeridad.
- ¡Vieja bocazas! - chilló Daren para que la niñera le escuchara mientras salía del pasillo.
- No la riñas, Daren - dijo Yera acercándose a la cama - Es normal que se preocupe y me informe. Lo que no es normal es que con el tiempo que llevamos nunca me lo hayas mencionado. ¿Es que no confías en mí?
- No es eso, princesa - Daren se sentía acorralado - Es que es algo muy personal, una parcela muy íntima que solo Nana Dori conoce. No es que no me fíe de ti, es que me hace sentir vulnerable y tú me tienes que ver como el superhéroe todopoderoso que soy.
- No empieces con tus cosas, ¿qué te crees que el saber que tienes sentimientos y que sufres como cualquier ser humano, va a hacer que me gustes menos? Al contrario - Yera acercó su cara a la de su novio y antes de plantarle un beso le dijo: - Me encantan los blanditos.
- Entonces, ¿no estás enfadada conmigo? - le dijo Daren, mirándole con la cara de perrito que le ponía siempre que sentía que algo podía ir mal.
- No - respondió ella dubitativa - pero tienes que prometerme que a partir de ahora no habrá más secretos.
- Te lo prometo. ¿Te vas a quedar para ver cómo me cambio? - le dijo con voz pícara, mientras se incorporaba en la cama.
- No quiero seguir incrementando tu ego. Voy a recoger el coche para llevarte a casa. Te espero abajo - La joven salió de la habitación convencida de que su novio no quitaría la vista de ella.
Nada más poner un pie en el exterior, Daren se dio cuenta de que algo había cambiado. En el entorno del hospital no se había dado cuenta, pero ahora que estaba fuera pudo sentirlo perfectamente. Todos sus sentidos se habían agudizado. Los colores tenían más matices y alcanzaba a ver cosas que sucedían a larga distancia. Los olores también le aportaban nuevas sensaciones, distinguía perfumes y aromas que antes no podía y lo mismo le pasaba con lo que oía, miles de conversaciones que estaban teniendo lugar a su alrededor se agolpaban en su cabeza. El exceso de información le hizo desestabilizarse y en cuanto vio el Ford blanco que conducía su chica, abrió la puerta y se tiró literalmente al asiento de atrás.
- ¡Vaya! ¡Sabía que tenías ganas de salir del hospital, pero no tantas!
- ¿Puedes ir lo más rápido posible, Yera? por favor - Daren se tumbaba en el asiento trasero, mientras se llevaba las manos a la cabeza.
- Tranquilo, cogeré el primer raíl hacía la autopista. - La joven pulsó el acelerador de su deportivo eléctrico y puso rumbo a la autopista, mientras que Daren intentaba acostumbrarse a lo que veía tras los cristales del coche. Notaba la ciudad cambiada, observaba cada uno de los detalles que antes pasaban inadvertidos para él, pero de vez en cuando, apartaba la vista a un lado para no presionarse demasiado.
De repente, el raíl sobre el que iba el coche de Yera frenó y Daren comprobó que el causante era un semáforo en rojo. Al alzarse de su asiento, una luz intensa captó su mirada, aunque era un día soleado. El destello provenía de una joven de no más de 30 años que llevaba unos grandes cascos de música en la cabeza. No solo brillaba, sino que se la veía... ¿codificada? No había color en ella, su cuerpo estaba repleto de rayas blancas y negras que cambiaban de posición y tamaño.
- ¡Yera, mira esa chica! ¡Qué raro! ¿Será un nuevo reclamo publicitario de una televisión de pago?
- ¿Qué chica, Daren?
- Esa que brilla, la de los cascos.
- ¿Brilla? Yo la veo normal.
- ¡Pero si está en blanco y negro!
- ¡Daren! - Su novia giró la cabeza y le miró a los ojos - ¿Estás bien? - Se le notaba preocupada
- ¿Tú... no lo ves? - Daren no sabía que pensar. Su médico le había dicho que las pesadillas y las visiones eran normales por el shock del accidente, pero aquello era distinto, se sentía bien.
- ¡Cálmate! Recuéstate y respira hondo. En nada llegamos a casa - La chica volvió la cabeza hacia la carretera, aunque de reojo miraba con nerviosismo a su chico por el espejo retrovisor - Llevas una semana en el hospital y tendrás que ir acostumbrándote a ser libre de nuevo. - Dijo con una sonrisa.
- ¡Sí, será eso! - le dijo, pero sabía que no. Desde que salió a la calle todo era distinto, dentro de él y fuera, pero como siguiera recreándose en dichos pensamientos acabaría por salirle humo de la cabeza. Intentó relajarse y por supuesto dirigir la mirada a cualquier punto que no fuera el exterior del coche.
El ático de Daren se encontraba en pleno centro de la capital, en la calle Bailén, junto al recién remodelado Viaducto de Segovia. Unos minutos más tarde, Yera aparcaba su Ford junto al portal de su chico.
- Primera sorpresa del día, guapo. Mira detrás tuyo - Daren hizo caso a su chica, y lo que vio le hizo olvidarse de todo lo que sentía. Su Ducati Lupus estaba aparcada detrás del coche de Yera. Su adorada moto estaba intacta y al sol resplandecía como el pelaje de un lobo. Daren salió apresuradamente del coche y se montó encima. Sentir su vehículo entre sus piernas, le hacía sentirse más en casa todavía. Miró hacía atrás y Yera le observaba desde el retrovisor de su coche. Era momento de recompensarla por lo de esa mañana y por haber estado cuidándole tantos días en el hospital.
- ¿Sería tan amable, mi princesa, de acompañarme a mi castillo? - Le preguntó Daren desde la ventanilla del copiloto.
- ¿Yo? - respondió Yera cogiéndose uno de los mechones de su pelo - ¿En tu casa? ¡Nunca me has invitado!
- Bueno... - dijo el joven llevándose una mano a la cabeza - ... alguna vez tendría que ser la primera. - La sonrisa de Daren convenció a la chica que salió del coche y de la mano con su novio se dispusieron a subir al ascensor.
Al llegar a la quinta planta, un ladrido conocido consiguió que Daren se volviese loco por abrir la puerta y con gesto nervioso, encontró en el bolsillo trasero de su pantalón la llave electrónica que abría la puerta de su casa. En cuanto la hubo abierto, su pastor alemán cruzado con doberman, ya crecidito, se tiró encima de él, haciéndole caer al suelo, mientras le lamía toda la cara.
- ¡Tor, pequeño amigo, yo también te he echado de menos! - Daren y Yera reían ante la reacción de la mascota, que no paraba de corretear y menear la cola, sin dejar a su dueño que se levantara.
- Ya estáis aquí, que pronto, me habéis pillado con las manos en la masa - Nana Dori, con el delantal puesto y una cuchara de palo en la mano, se asomó para dar la bienvenida a los chicos para justo después volverse a meter en la cocina.
Los dos jóvenes entraron juntos al ático, seguidos del perro que no paraba de ladrar y moverse alrededor de su amo. Para Yera aquello era nuevo, ya que nunca había entrado en lo que Daren llamaba "sus dominios". A la izquierda del descansillo, había una gran cocina en la que se veía a Nana Dori trabajando, y siguiendo hacia adelante un amplio salón con un sillón semicircular blanco y dos pufs que daban a una chimenea artificial. En una de las paredes de aquel espacioso comedor, encima de la chimenea, estaba el cuadro "El destino" de Francisco de Goya. Al fondo se contemplaba una simple mesa con cuatro sillas que daban a un ventanal enorme al que Daren llevó a Yera. Cuando elevó el estor , el paisaje que presenció era sublime. Frente a ella el recinto ferial de las Vistillas, donde se celebraban las fiestas de San Isidro y a la derecha, el viaducto y la catedral de la Almudena, tapando el fastuoso Palacio Real.
- ¡Tu ático es precioso, Daren!. Espero que pueda venir más veces - dijo Yera haciéndose la remolona.
- A partir de hoy estás invitada siempre que quieras - le respondió Daren, acercándola hacía él y dándola un apasionado beso.
- Yera, hija, te quedarás a comer con nosotros, ¿verdad? He preparado mi estofado de patatas y carne que es el favorito de Daren - la niñera había entrado al salón para colocar la mesa, sin enterarse del momento apasionado que estaban viviendo los dos jóvenes - ¡Uy, perdón! - dijo Nana Dori, alzando la fuente para taparse con ella la cara. - ¡Niño, avisa! Perdonad, es que como no estoy acostumbrada a que Daren traiga gente.
- No tiene que disculparse, Dori, está en su casa. Siento no poder quedarme, pero he quedado con una compañera de la universidad para que me pase los apuntes de estos días. ¿Me acompañas a la puerta? - le dijo a Daren de manera seductora.
Cuando salieron al descansillo, y lejos de miradas cotillas, Yera se abrazó a Daren y acariciándole el pelo, fue acercando su cabeza a la de su novio, dándole un único beso.
- Esto es un aperitivo de lo que puedes tener la próxima vez que venga - le dijo mientras se alejaba hacia el ascensor.
- ¿Tienes planes para esta tarde? - dijo un Daren con ganas de más.
- Ya vamos hablando, guapo, no quiero que te canses de mí - dijo la chica mientras se cerraba la puerta del ascensor.
- Eso nunca - le respondió Daren a la puerta ya cerrada. Estaba en una nube y lo más importante, se sentía mejor que nunca. Cuando volvió a entrar algo pesado imposibilitaba que la puerta se abriera. Cuando consiguió abrirla, oyó unos pasos rápidos hacía la cocina. Estaba claro que la niñera no se había perdido la escena desde la mirilla de la puerta.
- Es muy maja esa chica, ¿eh? - le dijo disimuladamente - Podrías traerla más a menudo, yo le he dado mi bendición ya.
- Normal, con que te dé palique y le puedas contar todos los chismes que llevas dentro… - le dijo Daren riéndose y apoyándose en el quicio de la puerta.
- Es tu novia, Daren. Yo creo que esas cosas las debería saber, para conocerte mejor.
- Sí, sí, lo que quieras, pero ¿no crees que es mejor que se entere por mí?
- Ya, hijo, pero es que hay veces que te cuesta tanto decir las cosas.... Bueno, déjame, que con tanta visita, se me han olvidado comprar algunas cosas. Te voy a hacer una tarta de tres chocolates para celebrar tu vuelta a casa. ¡Ah!, pero prométeme que esperarás unos días antes de coger esa dichosa moto.
- Vete, sin problema, hoy estaré tranquilo y no correré ningún peligro. Te lo prometo.
La niñera cogió su chaquetón y su llamativo bolso y salió por la puerta dejándole solo en el ático con el perro.
- Tor, ven bonito. Vamos a ver que echan en la tele. - Daren se sentó en el sofá y el perro corrió a tumbarse en su regazo como acostumbraba cuando estaban solos. El joven cogió el mando y apuntó hacia el cuadro que había encima de la chimenea. Este comenzó a elevarse, hasta que descubrió lo que ocultaba, una enorme televisión de plasma. En el mismo instante que el televisor se encendió, el nerviosismo se volvió a apoderar del joven. No se veía nada, había perdido la conexión. La imagen que se distinguía en el plasma era la misma que vio en aquella chica de la calle. Daren fue ágil pulsando un botón cualquiera y milagrosamente la imagen volvió a la pantalla mostrando un aburrido informativo. Pero en ese instante, su cabeza no podía dejar de pensar en aquella escena. Apagó la televisión haciendo que el cuadro volviese a su posición original y decidió ir a tomar el aire. Cogió su chaqueta de cuero y aprovechando para sacar a su perro, salió a la calle.
El aire frío golpeó en su cara, sintiendo alivio e intentando despejar su mente. El clima invernal le encantaba a Daren y sobre todo pasear con su perro en esa estación. Aunque siempre recorrían la ribera del Manzanares, esta vez decidió quedarse más cerca y dar la vuelta a su edificio, donde estaban los jardines del recinto ferial de las Vistillas. Como era normal en un sábado por la mañana, estaba plagado de niños, que en diferentes grupos jugaban con robots de acción, la última moda, que Daren nunca entendería. Pero algo de allí deslumbró a Daren y llamó su atención. Era un pequeño grupo de niños que jugaban con un robot especial que simulaba ser un gato y le daban órdenes con la voz para que saltara o corriera. Desde detrás de unos arbustos, otro chico les miraba desde la distancia. Llevaba una gorra azul con la visera hacia atrás y tendría unos 13 años. Su mirada era de envidia, de deseo de jugar con ellos y de tristeza a la vez. Pero no era lo más llamativo de él, pues igual que la chica que había visto desde el coche de Yera, este chico estaba codificado. Las rayas negras y blancas ocupaban todo su cuerpo y aunque Daren se restregara los ojos, lo seguía viendo igual. Cada vez estaba más convencido de que eso no era estrés ni efecto del accidente. Sin embargo, esta vez la sensación cambió en referencia a la anterior chica. Daren sentía que una fuerza dentro de él, le impulsaba a acercarse a ese pequeño, y aunque intentaba evitar el contacto con el chico, sus piernas no escuchaban a su cerebro y cada vez estaba más cerca de él. Cuando estaba a solo unos centímetros de su piel, Tor tiró de él hacia el lado contrario, y pudo escapar de esa horrible sensación, y olvidándose de que el perro no había hecho sus necesidades, volvió corriendo a su casa. Habían sido demasiadas emociones por hoy.
¿Qué le pasaba en la vista? ¿Por qué veía a gente normal y otra de esa forma tan inusual? La cabeza de Daren empezó a darle vueltas y sintió que si no se relajaba, iba a explotar. Pero no podía seguir así, algo tenía que hacer.
Cuando entró a su portal, pasó del ascensor, y es que subir cinco pisos andando le vendría bien para desentumecer sus músculos. Pero esa decisión volvió a poner a prueba los sentimientos de Daren. Cuando alcanzó el segundo piso, su vecina del tercero, bajaba hacia la calle. Paquita, era una mujer mayor pero vitalista. Había pasado los 65, pero su cara no aparentaba más de 50. Era muy amiga de Nana Dori y juntas comentaban la telenovela de moda.
- ¡Daren, hijo! ¡Como me alegra verte! ¿Tú también subes por las escaleras? Yo las prefiero al ascensor, vienen bien para la circulación. Mira que se lo tengo dicho a Nana Dori, si hiciera más ejercicio se le bajarían esos kilos de más que tiene, pero nada. Hablando de ella, ya me dijo lo del accidente. Yo siempre le dije que esa moto no me gustaba. Mi sobrino Lucas, el de Ferrol, tuvo un accidente en una y ahora está en silla de ruedas. Y mira que a mí siempre me han gustado. Conducirlas no, no te vayas a creer, pero cuando era joven, que te llevaran de paquete era muy emocionante, y así, podías achucharte un poco al guaperas de delante. ¡Jajajaja! - Paquita paró en seco al ver la cara horrorizada con la que Daren la miraba. A ella también la veía codificada. - ¡Uy, que mala cara! ¿Sigues enfermo?
- Disculpe, Paquita. Son los nervios, el primer día fuera del hospital. Si me permite, me gustaría descansar en casa - dijo Daren intentando cortar la conversación para no ver más esa escena.
- Tranquilo, hijo, si te entiendo. ¡Oye, dile a Dori que se pase a mediodía a mi casa, que me tiene que contar lo que pasó ayer entre Mario Rodolfo y Lisandra María, que tuve que ir a la peluquería y me perdí el capítulo del culebrón. - La mujer ya había empezado su descenso por la escalera y una fuerza dentro de Daren le impulsaba hacía ella. Era increíble, pero una rabia inhumana se apoderó de él y aunque su mente no quería, sabía que su impulso era tirarla por las escaleras. En esta ocasión, la fuerza que tiraba de él era cada vez más grande y su mano se fue acercando a la espalda de la señora, hasta casi tocarla. Pero no. Justo cuando la rozaba, resistió el impulso. No obstante, Paquita lo había notado y se dio la vuelta.
- ¿Quieres algo, hijito? - le preguntó extrañada.
- Solo agradecerla el interés - Y de tres en tres fue subiendo las escaleras hasta que llegó a su casa.
Solo cuando estuvo dentro de su hogar se sintió aliviado. El corazón le latía a mil por hora y sentía como la adrenalina recorría su cuerpo. ¿El accidente le había cambiado? ¿Por qué le iba a hacer daño a una entrañable señora como Paquita? ¿Qué le estaba pasando? Toda la rabia e impotencia contenidas salieron a través de sus puños dando varios golpes secos a la pared que en otro tiempo, le hubieran dejado los nudillos en carne viva. Ya no aguantaba más. Estaba aterrorizado, no se atrevía a volver a la calle, no quería herir a nadie. Ese no era él, era otra persona a la que le estaba costando controlar. Daren se desplomó en el suelo y de rodillas, enterró su cabeza entre las piernas, momento que Tor aprovechó para consolarle a lametazos.
Pasaron minutos, tal vez una hora larga y Daren seguía en la misma posición en el descansillo del ático, cuando Nana Dori volvió de la compra.
- ¡Daren, hijo! ¿Qué haces ahí? ¿Te encuentras bien? - La nana dejó las bolsas en la cocina y a duras penas se arrodilló enfrente del muchacho, que en cuanto la tuvo a mano lanzó sus brazos hacía sus hombros y la dio un fuerte abrazo.
- Nana Dori, tengo miedo. Miedo de haber cambiado. Miedo de no seguir siendo yo mismo. - Aunque no lloraba, los ojos acuosos de Daren, mostraban su angustia.
- ¡Mi niño, si es que por muy guapetón que te pongas y por mucha novia que te eches, siempre seguirás siendo mi niño! ¿Te acuerdas de los días que nos pasamos abrazados cuando ocurrió lo de tu hermano? Eso sí que fue un golpe fuerte, un terremoto que asoló nuestras vidas. Y míranos, aquí estamos, salimos adelante. ¿Vas a dejar que un simple accidente pueda contigo? - Sus gruesos dedos acariciaron el pelo del chico. - Tú eres más fuerte que eso. Tienes miedo como cuando eras pequeño. ¿Qué era eso que tanto temías de crío? ¡Ya sé, esos ojos color miel, que veías a todas horas por tu cuarto, debajo de la cama y en los armarios! Con dormir atemorizados no conseguíamos nada, pero cuando juntos comprobábamos cada rincón y nos íbamos a la cama convencidos, el miedo desaparecía. Pues esto es igual. Tienes que salir ahí y demostrarte que eres el mismo. Que nada ha cambiado. Enfrenta tus miedos otra vez, Daren. Aquí sentado solo te hundirás más.
Como un resorte, la niñera se levantó, apoyándose en la pared para no caerse y se adentró en la cocina. Nana Dori sería pueblerina, algo cateta y chismosa, pero en dulzura no la ganaba nadie. Y aunque tuviera pocos estudios, la calle la había enseñado cosas con las que defenderse ante los demás como gato panza arriba. Sus palabras surgieron efecto en Daren que a los pocos segundos se puso de nuevo en pie.
- Vamos, guapetón. Ayúdame a poner la mesa que en seguida comemos - dijo la cuidadora. Pero Daren estaba decidido. Cogió su cazadora de cuero y desoyendo los ladridos de Tor, que no había podido acabar de hacer sus necesidades, salió solo a la calle.
- ¡Daren! ¡Te he dicho que salgas pero no ahora, que se te va a enfriar el estofado! ¡Daren! - La voz de Nana Dori se oía por todo el portal, pero ya no había marcha atrás. Ella le había convencido y Daren salía a enfrentar sus miedos. Sabía dónde tenía que ir y se puso la capucha para taparse la cara. No necesitaba ver a nadie más por hoy, solo el suelo y sentir la calle. Daren puso un pie fuera del portal sin saber que volvería con más miedo del que ahora tenía.